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El fascismo es la guerra

Cuando hace dos años, en agosto de 1935, el VII Congreso de la Internacional Comunista analizaba la situación internacional, buscando los caminos y los medios para la lucha de la clase obrera contra la ofensiva del fascismo, señaló el nexo indisoluble que existe entre la lucha contra el fascismo y la lucha por la paz. El fascismo es la guerra, declaró el Congreso. El fascismo, después de subir al poder, contra la voluntad y los intereses de su propio pueblo, busca una salida a las dificultades internas, cada vez mayores, que le acosan, en la agresión contra otros países y pueblos, en un nuevo reparto del mundo, mediante el desencadenamiento de la guerra mundial. La paz es, para el fascismo, el hundimiento seguro. El mantenimiento de la paz internacional da a las masas eslavizadas de los países fascistas la posibilidad de acumular fuerzas y prepararse para derribar la odiada dictadura fascista y permite al proletariado internacional ganar tiempo para lograr la unidad de sus filas, para establecer el frente común de los partidarios de la paz y para levantar una barrera infranqueable contra el desencadenamiento de la guerra.

Cuando el VII Congreso caracterizó al fascismo como promotor de la guerra, señalando el peligro creciente de una nueva guerra imperialista y la necesidad de crear un potente frente único de lucha contra el fascismo, hubo no poca gente, incluso dentro del movimiento obrero, que no se recató en decir que nosotros, los comunistas, asignábamos al fascismo ese papel e hinchábamos el peligro de una guerra, pura y simplemente, porque así convenía a nuestros designios de propaganda. Unos lo hacían conscientemente en interés de las clases dominantes, otros, porque su miopía política no les permitía ver más allá. Pero los dos años transcurridos desde entonces han demostrado con harta elocuencia cuán absurdas eran esas imputaciones. Hoy, tanto los amigos, como los enemigos de la paz hablan ya abiertamente del peligro inminente de una nueva guerra mundial. Y nadie, que esté en su sano juicio, duda tampoco que los promotores de la guerra son precisamente los gobiernos fascistas. En algunos países, la guerra es una realidad. Hace ya un año que los invasores italianos y alemanes hacen la guerra al pueblo español, a la vista del mundo entero. Y, después de haberse anexionado la Manchuria, las tropas fascistas japonesas vuelven a atacar al pueblo chino y libran ya en el Norte de China una nueva guerra.

Manchuria, Abisinia, España, el Norte de China son otras tantas etapas hacia la nueva guerra de rapiña del fascismo. No se trata de actos aislados. Los agresores fascistas y los incendiarios de la guerra forman un bloque: Berlín-Roma-Tokio. El tratado “anti-Comintern” germano-japonés –que es, como se sabe, de hecho, un tratado de carácter militar, al que se ha adherido también Mussolini- se aplica ya en la práctica. Bajo la bandera de la lucha contra el Comintern, contra el “peligro rojo”, los conquistadores alemanes, italianos y japoneses se esfuerzan por ocupar, mediante guerras parciales, posiciones militares estratégicas, nudos de comunicaciones terrestres y marítimas y fuentes de materias primas para la industria de armamentos que les permitan desencadenar la nueva guerra imperialista.

No hay que engañarse, esperando a la declaración formal de guerra, sin ver que la guerra está ya ahí. En su interviú con Roy Howard, en marzo de 1936, decía el camarada Stalin: ”La guerra puede estallar en el momento menos pensado. Hoy, las guerras no se declaran. Comienzan, sencillamente”.


Los acontecimientos de estos últimos años confirman palmariamente la verdad de esta tesis. El Japón rompió las hostilidades contra China y se anexionó la Manchuria sin una declaración oficial de guerra; Italia no declaró la guerra al pueblo abisinio para atacarle y anexionarse su territorio, y Alemania e Italia pelean contra la República Española, sin haberle declarado la guerra.

Sabido es que los pueblos no quieren la guerra y que una serie de Estados no fascistas se hallan interesados, dentro de las condiciones actuales, en el mantenimiento de la paz. ¿En qué basan, entonces, sus cálculos los promotores fascistas de la guerra? Todas las experiencias, que hoy poseemos, después de la campaña de conquista de la pandilla militar nipona contra la Manchuria y del fascismo italiano contra Etiopía, indican inequívocamente que el bloque de los bandoleros, formado por los usurpadores del poder en Alemania, el Japón e Italia, aspira, para llevar a cabo sus planes de guerra, a lo siguiente:

primero, impedir una actuación conjunta de los Estados interesados en el mantenimiento de la paz;

segundo, evitar que se establezca la unidad de acción del movimiento obrero internacional, que se forme un potente frente único mundial contra el fascismo y la guerra;

tercero, fomentar el trabajo de zapa de los espías y agentes saboteadores en la Unión Soviética, que es el baluarte más importante de la paz.

En esto basan sus cálculos, fundamentalmente, los fascistas.

Y, en efecto, los agresores fascistas e incendiarios de la guerra trabajan con insistencia y de mutuo acuerdo en estas tres direcciones. Presionan a los Estados del Occidente de Europa, amenazando sus intereses territoriales. Preparan una agresión contra la Unión Soviética. Especulan ampliamente con la prudencia de los elementos gobernantes de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Con la propuesta de llegar a un acuerdo entre sí respecto al saqueo de los pequeños Estados, de España y de China, intentan por todos los medios ganarse los favores de los conservadores ingleses y de una serie de personajes liberales y del Partido Laborista, para desligar a Inglaterra de Francia y de los demás países democráticos.